9/11/2016

Memoria y día a día

    Leo a Borges y en “Funes el memorioso” hallo un ejemplo de aparente totalidad. Ahí, alguien es capaz de recordarlo todo, de modo que supone la viva encarnación del absoluto. Es una suposición falsa, claro, pues recordar como Funes equivale a transformarse en máquina, lo que sin duda anida en las profundidades del cuento.
    La paradoja florece: recordarlo todo es imposible por una razón de espacios y de bits. No estamos dotados para albergar el recuerdo infinito de cuanto vivimos y, es más, cualquier recuerdo termina por convertirse en una manera de olvidar. Entonces Funes es máquina, es cosa, es un aparato como aquel radio casette-recorder que tanto me maravillaba en la infancia (¡ah, quién pudiera presionar play y al mismo tiempo rec y ya, guardar hasta el último apunte en la cabeza para el examen del lunes!). Tenía razón Kundera, “el recuerdo no es la negación del olvido”.
    Existe un gentío entregado a la faena de mantener intacta la memoria y no les quito razón. Otra vez la paradoja haciendo de las suyas. Esa forma extrema de olvido, el olvido del yo, hoy en día implica el espanto sin par. La palabra alzheimer, que significa olvidarse de sí mismo, ha derivado en el coco de los tiempos modernos, porque olvidarse de sí mismo te aproxima al miedo personificado, a un Funes del siglo XXI.
    Fitina, ginko biloba, moringa, crucigramas al por mayor, caminatas por el parque, eso y más conforman estrategias para invocar al dios de la memoria. Dime cuánto olvidas y te diré cuánto queda de ti. El recuerdo como la cara opuesta del olvido se erige en el protagonista estrella de esa telenovela que va siendo la existencia ahora. Si recordar es vivir, como dice el refrán, olvidar lleva en las alforjas cierto modo de ir muriendo, lo cual no tiene nada de simpático, como puedes descubrir con sólo echar una mirada alrededor.
    Si el recuerdo también es otra manera de fallo en la memoria, entonces el asunto se reduce a un punto clave: aprender a vivir con lo que hay. Cero engaños, cero atajos posibles. Dicho de otro modo, siempre usamos nuestras ventajas comparativas. Punto. Y en eso andamos, aunque lo ignoremos. ¿Te lo habías imaginado?

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