Maduro y su
pandilla pretenden envejecer en el poder. De eso no hay duda. El chavismo,
untándose la cara con preceptos democráticos, llegó a Miraflores para desde ahí
socavar el sistema que tan poca gracia le hace. ¿Se saldrá con la suya? Más
bien parece que terminará con las tablas en la cabeza, que el país entero le
descarga ya una patada en pleno culo.
Pero vayamos por
partes. Eso de la libertad de expresión, a oídos del hilarante presidente que
gobierna en Venezuela, lleva en las entrañas un condimento burgués inadmisible.
Todo revolucionario que se respete sueña con tomar el cielo por asalto, vive su
burbuja de fusil y de montaña. Es la narrativa que lo legitima ante las masas,
ante la predecible historia, y no será una aburrida democracia, con su ñoñez
paquidérmica, la que sustituya al exultante imaginario y al fuego de artificio
propio de revoluciones en su ley. De igual manera, algo tan básico como la alternancia
en el poder es cosa de alienados perdiendo su tiempo en formalidades
desechables -¿elecciones?, ¡vaya morisqueta capitalista!, ¿división de
poderes?, ¡patrañas del liberalismo opresor!-. La lógica chavista, en el fondo
primita hermana de la estalinista, sabe únicamente de poder sin contrapesos,
dinero a manos llenas, imposición, corrupción y miedo. Con tales variables
apretadas en el puño no hay tu tía: obedeces, obedeces y obedeces, salvo que tu
vocación ronde la condición de mártir. Pero el caldo se le pone morado, muy
negro, cuando la línea de acción, los razonamientos que fundamentan sus
disparates, se tuercen en función de desviaciones que no aparecían en el
libreto.
El pueblo
respondón, por ejemplo. O una oposición más inteligente, terca y envalentonada.
O la pérdida del poder legitimado en sus inicios por una amplia votación cuya
esperanza se trocó en colosal estafa, sostenido luego por el piso falso de las
bayonetas. Entonces Nicolás Maduro, desnudo en pelotas, sin dólares para el
circo, sin amiguitos verdaderos en el orbe
-las focas de antaño están ya creciditas para estarle haciendo caso a un
limpio-, sin el falso maquillaje democrático que tanto bien le hizo a Hugo
Chávez, da zarpazos a ciegas, reprime a placer, viola con ahínco Derechos
Humanos, encarcela a disidentes, amenaza fuera de sí como novio abandonado. En
el fondo, Maduro y su combo chorrean pánico, destilan terror gracias a una
verdad que les carcome el alma: vislumbran con tino qué les depara el futuro,
olfatean como sabuesos sus negros pormenores, sienten el miedo soplándoles en
la nuca de sólo imaginarse enfrentando a la justicia, pagando sus crímenes tras
las rejas.
A estas alturas del
asunto creo con Fernando Mires -un intelectual lúcido y honesto a quien le
importa la realidad venezolana-, que es el momento de exigir sin desviaciones,
sin perder el foco, lo que manda la Constitución, es decir, elecciones
regionales. Elecciones, ese es el mantra político colgado de la realidad
venezolana en los minutos que corren. Si el régimen hizo lo que quiso al
torpedear con éxito el revocatorio, si se burló de medio mundo en el fulano
diálogo y pretende dar igualmente un manotazo al mandato constitucional de
llamar a elegir gobernadores, la oposición debería sin cortapisas, amalgamada,
unida como nunca, exigir ahora mismo y desde todos los flancos la realización
de éstas, pues hacerlo es acatar el mandato expedito de la ley. Tal es el punto
de fuga, ese es el objetivo, y no otro, cuya fuerza abrazada a la legalidad
levantó en el presente, como jamás antes, el sólido apoyo de los gobiernos y demócratas
del mundo. No es concha de ajo tamaña realidad.
La dictadura
atornillada en Venezuela conoce el resultado electoral de antemano: una paliza
de antología, un puntapié en las meras nalgas que la mandará al infierno, por
lo que despliega sus maniobras, ya sin vergüenza y sin caretas, para otra vez burlar
la voluntad de los venezolanos. La gente decente y los líderes actuales le
ponen la mano en el pecho, desde la Asamblea Nacional, desde la razón y la
Constitución, desde las calles, al desastre hecho gobierno con el fin de
recobrar la senda de la democracia, el bien común y el progreso en paz. La
Lucha sin cuartel ahora debe ser, hay que repetirlo mil veces, por elecciones,
por el nítido llamado a éstas implícito en nuestra Carta Magna y porque el
mundo se ha plegado a ellas de modo contundente, sin ambages, como horizonte
constitucional para salir de la trampa del chavismo y sus nefastas consecuencias.
Esto hay que aprovecharlo.
Ojalá y sea éste el próximo paisaje en el
cielo de Venezuela. Y ojalá se aprenda la lección: los cantos de sirenas, los
caudillos iluminados, los idiotas disfrazados de estadistas siempre están más
cerca de la destrucción, de la ruina y del calvario que de los paraísos
ofrecidos justo aquí, muy cerca, a la vuelta de la esquina.
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