5/07/2017

La destrucción del silencio

    Cuando el tiempo apremia los hombres, y también las instituciones, evidencian con más fuerza sus matices, sus luces y sombras, el ámbito predominante que se erige por último frente a la adversidad.
    Desde hace más de tres lustros Venezuela, como en otros episodios de su pasado, vive días oscuros: la deriva pestilente del chavismo poco a poco fue carcomiéndola y al fin, en el presente, la dictadura pura y dura hace estragos, pretende quedarse hasta que el cuerpo aguante.
    La desvergüenza de ciertos individuos, esos mujiquitas de toda la vida, ha existido desde que la tragedia comenzó. Gente que debió alzar la voz, denunciar abusos, señalar desviaciones que crecieron como un tumor maligno y plantarse con valentía ante los delincuentes que gobiernan, hizo mutis, miró para otro lado, y por acción u omisión terminó convertida en Celestina, alcahueta de un bandidaje que a estas alturas perdió hasta la última migaja de humanidad.
    Semejante descalabro va más allá de nombres y apellidos hartos a reventar de cobardía. Personajes e instituciones de todos los pelajes abrieron las piernas, inclinaron la cerviz, cedieron a la dictadura con la esperanza de salvar el pellejo, continuar respirando, cuidar el negocito, mantener el contrato, vivir en la isla de una fantasía sin la molesta presencia de esa realidad que es siempre un coñazo en la nariz,  pese al axioma que en materia de estalinismos resulta incuestionable: para un gobierno desnaturalizado existes mientras seas esclavo. Caso contrario importas un pepino, te conviertes en materia desechable.
    Amén de lo anterior, es decir, aun cuando todo un contingente de incondicionales pretendió correr la ola del tsunami hecho poder, buena parte de la sociedad civil cumplió con su conciencia, llevó adelante gracias a un coraje a toda prueba eso que los demócratas están llamados a mantener con uñas y dientes, no otra cosa que la defensa de la libertad, las garantías irrenunciables y el Estado de Derecho, a sabiendas de  que hacerlo significaría represión, exclusión  -recuérdese el apartheid Tascón, por ejemplo-, estigmatización  -¿la palabra “escuálido”, vil  invento de Hugo Chávez, te dice algo?- y demás abusos o discriminaciones por el estilo.
    Entre otros hechos dignos de mención, es bueno tener presente que un periodismo consciente de su naturaleza ha hecho lo indecible para combatir la locura enquistada en Miraflores. Han sido pocos los medios de comunicación, es cierto, pero se atrevieron  -y se atreven-  a cuestionar con fuerza, a desenmascarar  la dictadura en mil y una instancias y no desfallecen pese a la brutalidad de los verdugos. Cuando esta pesadilla acabe sus nombres brillarán con luz propia en la historia reciente de la Venezuela destrozada que nos va quedando, y estoy seguro de que estarán presentes en el descomunal trabajo que significará reconstruir lo destruido. Periódicos como El Nacional, como Correo del Caroní en el interior del país, semanarios  como Tal Cual, sólo por mencionar algunos  impresos   -súmense a ellos las alternativas virtuales, que las hay, y con una dignidad que roza las nubes-, cumplen  a cabalidad la tarea sagrada que otro periodismo temeroso, complaciente y acomodaticio escupió: desnudar el poder, escudriñarlo, señalar el pus donde se encuentre, batallar hasta el final. Son garantes de la democracia porque son también contrapeso de todo gobierno, y esa, mal que duele y daña inmensamente, no fue práctica generalizada en la prensa  venezolana durante estos años de retroceso, tragedia, corrupción, crímenes contra la humanidad, derrumbe económico y asfixia de nuestros valores. Repito, apenas unos pocos llevaron sobre sus espaldas y pudieron ejercer con gallardía, asunto que los honra, la misión que toda sociedad democrática les encomienda.
    Finalizará esta época de horror, desastre y sumisión de tantos frente a los jerarcas con pies de barro y ahí continuarán los mejores periodistas, los mejores medios, erguidos, dignos de su oficio, con la triste certeza de que una tragedia que bien pudo evitarse si todos hubiesen sido uno, culminó en la vergüenza de hoy, en la triste realidad que ultrajó a todo un país. Mi reconocimiento y respeto para ellos, ayer, hoy y mañana.

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