Hay gente cuyos
horizontes coinciden con la grandilocuencia. Todo supone quehaceres XL, gestos
supremos, esfuerzos más allá de lo humano. Si de realizar una tarea se trata,
la hazaña suprema es lo mínimo aceptable. Caso contrario no vale un pepino el
asunto.
Por este camino
permanecemos en el sitio. Patinando. Al considerar la factura que resulta
obligatorio mostrar para ganarse el aplauso, o la buena pro o el reconocimiento
en función de las tareas cumplidas como ciudadanos, y al considerar igualmente que
aquello digno de una palmadita en el hombro o de una sonrisa aprobatoria sólo
es dado gracias a logros tenidos como extraordinarios, no avanzaremos un ápice
a propósito de aflojar algún tornillo y
apretar ciertas tuercas en esto de vivir en sociedad, de hacer ciudad, de
convivir procurando el mayor entendimiento, lo cual va siendo ya más que
catastrófico en el puto mundo que tenemos como lugar de residencia.
No, no es verdad
que para alterar algunas cosas y torcerle el cuello a uno que otro hábito sea
necesaria una erupción volcánica. Para que buen número de situaciones cambie se
requieren ínfimos movimientos, diminutos gestos capaces de perfilar otros
rostros. Por ahí van los tiros. Reconocer tales hechos, apreciarlos, brindar
porque permanezcan y gritar salud a todo pulmón, para que se oiga, para que se
enteren los vecinos, es también un hacer que lleva implícitos cambios en sí
mismo. Alguien escribió: “creo que al mundo van a salvarlo millones de gestos
pequeños”, y perdónenme no recordar al artífice de tamaña frase, pero la leí y
me gustó, me pareció redonda y verdadera, todo un coñazo en la nariz, en
nuestras pulcras y respingadas narices.
Lo que soy yo, me
alegro por la certeza que ello alberga en las entrañas. Es que me hace feliz
una imagen sencilla, un detalle en apariencia insignificante, me conmueve
incluso la señora que pasea a su perro, que guarda la bolsa consigo y se
apresura a recoger el excremento que Bobby, o como se llame la mascota, echa al
mundo mientras juguetea. Así no ocurrirá otra vez, dicho sea de paso, lo que he
o has vivido en tantas otras: mierda en los zapatos, maldiciones a granel,
pestilencias hasta nuevo aviso.
La frase que leí va
aparejada con la idea de que, sin lugar a dudas, vivimos en medio de héroes
anónimos por donde metas el ojo. Basta
con que salgas a la calle para que te percates. Y esa verdad es bueno tenerla
presente y reconocerla con todas las de la ley, y créeme que resulta fabuloso
maravillarse frente a ella. Hay que repetirlo: no es cierto que para merecer
una sonrisa de aprobación, unas hurras por la acción perpetrada sean
obligatorias hazañas mitológicas. Después de todo, molinos de viento aparecen a
la vuelta de la esquina y a cada rato la gente los enfrenta y resulta
victoriosa. Existen héroes caminando a un palmo de ti, ahora mismo. Me gusta
mirarlos, descubrirlos, convidarlos alguna vez a una cerveza porque es muy cierto
que de músicos, poetas y locos… (y de Quijotes también)… todos tenemos un poco.
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