9/22/2017

Gestos mínimos

    Hay gente cuyos horizontes coinciden con la grandilocuencia. Todo supone quehaceres XL, gestos supremos, esfuerzos más allá de lo humano. Si de realizar una tarea se trata, la hazaña suprema es lo mínimo aceptable. Caso contrario no vale un pepino el asunto.
    Por este camino permanecemos en el sitio. Patinando. Al considerar la factura que resulta obligatorio mostrar para ganarse el aplauso, o la buena pro o el reconocimiento en función de las tareas cumplidas como ciudadanos, y al considerar igualmente que aquello digno de una palmadita en el hombro o de una sonrisa aprobatoria sólo es dado gracias a logros tenidos como extraordinarios, no avanzaremos un ápice a propósito de aflojar algún tornillo  y apretar ciertas tuercas en esto de vivir en sociedad, de hacer ciudad, de convivir procurando el mayor entendimiento, lo cual va siendo ya más que catastrófico en el puto mundo que tenemos como lugar de residencia.
    No, no es verdad que para alterar algunas cosas y torcerle el cuello a uno que otro hábito sea necesaria una erupción volcánica. Para que buen número de situaciones cambie se requieren ínfimos movimientos, diminutos gestos capaces de perfilar otros rostros. Por ahí van los tiros. Reconocer tales hechos, apreciarlos, brindar porque permanezcan y gritar salud a todo pulmón, para que se oiga, para que se enteren los vecinos, es también un hacer que lleva implícitos cambios en sí mismo. Alguien escribió: “creo que al mundo van a salvarlo millones de gestos pequeños”, y perdónenme no recordar al artífice de tamaña frase, pero la leí y me gustó, me pareció redonda y verdadera, todo un coñazo en la nariz, en nuestras pulcras y respingadas narices.
    Lo que soy yo, me alegro por la certeza que ello alberga en las entrañas. Es que me hace feliz una imagen sencilla, un detalle en apariencia insignificante, me conmueve incluso la señora que pasea a su perro, que guarda la bolsa consigo y se apresura a recoger el excremento que Bobby, o como se llame la mascota, echa al mundo mientras juguetea. Así no ocurrirá otra vez, dicho sea de paso, lo que he o has vivido en tantas otras: mierda en los zapatos, maldiciones a granel, pestilencias hasta nuevo aviso.
    La frase que leí va aparejada con la idea de que, sin lugar a dudas, vivimos en medio de héroes anónimos  por donde metas el ojo. Basta con que salgas a la calle para que te percates. Y esa verdad es bueno tenerla presente y reconocerla con todas las de la ley, y créeme que resulta fabuloso maravillarse frente a ella. Hay que repetirlo: no es cierto que para merecer una sonrisa de aprobación, unas hurras por la acción perpetrada sean obligatorias hazañas mitológicas. Después de todo, molinos de viento aparecen a la vuelta de la esquina y a cada rato la gente los enfrenta y resulta victoriosa. Existen héroes caminando a un palmo de ti, ahora mismo. Me gusta mirarlos, descubrirlos, convidarlos alguna vez a una cerveza porque es muy cierto que de músicos, poetas y locos… (y de Quijotes también)… todos tenemos un poco.

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