Para algunos ciertas cosas forman parte de
un todo mayor que las contiene. En el plano de las significaciones no te quiero
contar: el diccionario (ese cementerio, como creo recordar que lo llamó Julio Cortázar) se lleva las palmas de aquí a Japón.
A ver, expresa el libraco que culo es
anatomía, geografía humana, y para más señas punto trasero o delantero de
objetos varios. Y hasta ahí. La verdad es que no se mete el camposanto en el
alma del lenguaje, que si a ver vamos equivale a surfear en esas aguas
tranquilas o ventiscosas de la vida real, monda y lironda, que hoy te besan y
mañana te aplastan con sólo restregar medio con pulgar.
Culo: art. Del lat. Culus. 1. m. Conjunto
de las dos nalgas. 2. m. En algunos animales, zona carnosa que rodea el ano. 3.
m. Extremidad inferior o posterior de algunas cosas. Culo del pepino, del vaso.
Sanseacabó. Menuda definición para esta palabreja que lleva en las entrañas un
ovillo de connotaciones, de imaginación, de picardía sana o malsana, de
erotismo y de mil y un símbolos sin medida ni fin. El culo del mundo, pongo por
caso. Hay que ver, me digo, “el culo del mundo”, tamaña frasecita apunta, fíjate, a unidades
de longitud, cuestión pasada por alto, como si tal cosa, tanto por el humilde
Larousse que descansa en un peldaño de mi biblioteca como por el respingado
DRAE, ubicado allá a lo alto, entre otro de sinónimos y el de Ambrose Bierce.
Se dice fácil.
Ocurre algo parecido con el culo de una
dama. Nada más alejado de la verdad que la ficción diccionaresca -perdónenme la fea palabra- que manda al basurero de la historia, del día
a día y de la cotidianidad que bulle en cada esquina el hecho fascinante
asumido por todo varón que se respete: pasa una señora de muy buen ver y entonces
lo que volteas a ver es con justicia eso, el culo, el culo no del diccionario
(frío conjunto de las dos nalgas) sino un ámbito mayor capaz de subsumirlo, de
encerrarlo en un espacio superior que sin dudas lo engulle por completo, es
decir, que culo va siendo aquí el todo y no la parte, la dama en cuestión de
cabo a rabo, entera de pie a cabeza, cuyo movimiento de las caderas y completa
humanidad vuelvo y repito, genera el chorro de adrenalina, el Vesubio
hirviente, la carga de deseo más explosiva que se haya visto por los
alrededores. Dime tú si me equivoco. Para qué decir sí, si no.
En lo que a mí concierne -biológica, antropológica, semántica y
sinceramente hablando-, desde la
adolescencia un culo, todo él según la explicación de arriba, fue el
responsable del Big Bang, de la sensualidad hecha carne y hecha huesos,
sinónimo de mujer, léase hembra fértil capaz de detener la marcha implacable del
universo. Vaya cortedad la de la realísima Academia, que será de la Lengua y de
cuanto inventario disponga la ficción, etcétera, etcétera, etcétera, pero no de
la vida que reverbera en todo grupo humano y demás hierbas. Pienso otra vez en
el cementerio de Cortázar: es que tenía razón el muy bandido.
Que entre culos te veas, bendito entre los
hombres. Mascullando tal sentencia sé a la perfección que comprendes lo que hay
que comprender, que culo es femenino aunque lo preceda el, que culo es ese
tierno, dulce, trascendental término que acelera el corazón, que enciende
fantasías, que conecta con los dioses -perdón, con las diosas-, más allá de
lexicógrafos acartonados y otras zarandajas por el estilo. Enhorabuena.
Así sea.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario