La Mesa de la Unidad Democrática es un compendio de actores y de voces.
Como si fuese un coro filarmónico, la idea es que sus ejecuciones confirmen
tonos, ritmos y puesta en escena sustentados en un quehacer que evidencie
unicidad. Bastante de eso se ha logrado en el camino, pero hoy los chirridos se
han colado, han aparecido esperpénticas composiciones, en vivo y directo, en
plena función.
Después de lo ocurrido en las
elecciones regionales mucha gente perdió las esperanzas. No los critico, en esencia
porque luego de golpe semejante tendemos a buscar trinchera, a pasar la resaca
e intentar subir la cuesta, a superar poco a poco los hechos, desalentadores
por donde metas el ojo. La estafa perpetrada por Maduro y su guacal de
delincuentes es la guinda del pastel. Un fraude continuado, puro y duro cuando menos
desde el 2015 -permíteme creer que desde
mucho antes-, coronó hace pocas semanas
convertido en pedradas a la lámpara, sin pudor alguno, sin vergüenza, sin
máscaras que oculten el talante gangsteril de la jugada. Al Capone en
technicolor.
Lo anterior tiene una doble
lectura: ésa que da cuenta del sector opositor y aquélla vinculada al
narcogobierno. En el primer caso no hay mucho que decir: la incoherencia, la
improvisación y la completa ausencia de un plan B, un quehacer alternativo
frente al más que posible arrebatón, mostraron la patética conducta de una
dirigencia MUD a ras del suelo. Recibido el coñazo en la nariz, el hormiguero
se dejó ver desconcertado, sin brújula, a ciegas. Mil y un chasquidos brotan
ahora de las voces dirigentes, argumentos raídos, faltos de imaginación y
verdadero análisis, ya sabidos de antemano, pero en ningún caso un necesario y
sincero mea culpa -salvo lo llevado a cabo por VP, asunto digno
de aplaudir- cuya punta de lanza llegue
hasta lo medular, es decir, a la renuncia, en pleno, de inmediato, por razones
de mínima asepsia ética. Los líderes de la MUD debieron poner sus cargos a la
orden, sin chistar, uno seguidito del otro. Para dar ejemplo, además. De lógica
política, de integridad, de vergüenza ante el país. Nada ocurrió. Cualquier
parecido con Maduro, con Cabello o con William Saab es pura coincidencia.
El segundo caso, relativo al
régimen dictatorial, guarda en las entrañas el hecho cierto de una euforia con
los pies de barro. Me explico: si ganar supone apretar en el puño a un país,
embolsillarse como sea una pírrica victoria,
Venezuela yace a esta hora en las profundidades del lujoso pantalón que lleva puesto una casta de
entregados al senil dueño de Cuba. Esto supone, ni más ni menos, que la jaula
está terminada, puesta en uso y a punto de cerrarse con doble llave. Revolución
eterna, Cabello para rato, uh, ah, Maduro no se va.
Pero en el fondo tengo la
impresión de que la tragedia del gobierno puede ser amplia y profunda. Vuelvo a
explicarme: con lo realizado el 15 de octubre Nicolás y su banda mandaron por
el inodoro cuanto representaría, a esta hora menguada para la Venezuela
decente, su última carta de presentación, no otra que la legitimidad de
origen. Si antes el mundo dudaba a propósito de ésta, hoy sencillamente no
existe. El parapeto que la dictadura construyó al respecto voló en mil pedazos,
reventado por su podrida carga de excrementos. Nadie cree en los resultados de estas elecciones,
en ningún lugar de este planeta. Ni los chavistas más recalcitrantes muerden ese
anzuelo sumergido en heces gobierneras. Un atajo de bandidos que destrozó la
economía, que puso a la gente a comer de la basura, que entronizó la miseria y la desesperanza en sitial
de honor, que encarcela a quienes piensan diferente, que mata de mengua,
represión y enfermedad; un gobierno indolente que es hoy peligro nacional y
universal, con mucho que explicar a los venezolanos por sus desafueros, por su corrupción
indetenible y por sus impresionantes logros delincuenciales, ya sabemos que no
obtiene ni en sueños un ochenta por ciento de los cargos en disputa electoral.
Todo lo contrario, tú, el resto del mundo y yo sabemos que es exactamente al
revés.
¿Qué significa tamaña cuestión?,
que no todo está perdido. Que la MUD fue torpe y cometió un error garrafal -ir a elecciones sin garantías, sin ruta clara
a seguir en caso de fraude masivo-, pero
que, haciendo las sumas y las restas, el crimen incrustado en el poder tiene
bastante que perder. La aparente
fortaleza de la dictadura implica en realidad su opuesto. Es tal su ausencia de
musculatura que debió recurrir al más grande fraude electoral cometido en la
historia de Venezuela. Urge el reacomodo de la MUD, o como diablos termine por
llamarse, y urge que los actores emergentes cumplan a cabalidad lo que jamás
debió perderse: unidad, objetivos claros, respeto al ciudadano, coherencia en
las acciones y plan B, a todas luces inexistente frente al robo del quince.
Amanecerá y veremos.
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