7/22/2012

Las raíces torcidas de América Latina



Son bastantes los estudiosos que se preguntan acerca de lo que es Latinoamérica. Esa interrogante incluye por supuesto la búsqueda de la punta del hilo que eche una mano a la hora de revisar el ovillo de lo que implica nuestro presente, en el intento de hallar respuestas en cuanto a qué sucedió y sucede para que estemos como estamos.

Carlos Alberto Montaner, en un lúcido y estimulante ensayo del que me he permitido tomar el título para estas notas, da cuenta, con profundidad, erudición, rigor investigativo y valentía, de ciertos elementos que a su juicio han venido conformando lo que no sin angustia manifiesta en su trabajo: América Latina (esa “promesa incumplida”, como la llama Vargas Llosa) no ha sabido y no ha querido construir su futuro, es decir, labrar su desarrollo, lo cual la convirtió, y el presente no es excepción para tal sentencia, en la región más empobrecida de Occidente.

Se trata de un libro que estudia la miseria, la forma de vida y el fracaso de un conjunto de países hispanoamericanos. Las posibles razones para ese extravío, así como la salida del laberinto, son tratados con la pasión propia de quien conoce en profundidad la realidad que intenta dibujar mediante las palabras. No en balde, el estudio se sustenta en una muy osada e inteligente indagación histórica. La historia, sugiere Montaner, puede arrojar luces a la iniciativa de continuar buceando y realizando hallazgos sorprendentes en nuestro intrincado pasado, donde yace parte indiscutible de la explicación relativa a la situación que hoy vivimos.

La historia nos brinda, por ejemplo, la posibilidad cierta de escudriñar el machismo marcadamente observable en estas tierras, que tanto daño y segregación produjo y continúa produciendo en las mujeres. La historia nos ofrece, si la abordamos de cierta manera, una nueva visión del racismo en Latinoamérica (lo ha habido y lo hay, afirma con argumentos el autor). La historia nos brinda sólidas pistas al momento de dirigir miradas hacia las sociedades del presente, en las que no se ha podido aún dar con un Estado que en verdad asuma con seriedad y buenos oficios aquello que es su obligación: los intereses de la inmensa mayoría.

Montaner, como una especie de tejedor que se sirve del tiempo y de lo que la memoria nos lanza a la cara, crea una red de explicaciones y ensaya respuestas que, más allá de lo discutibles que puedan resultar, constituyen un valioso intento de aproximación a lo que conformamos, en suma novedoso, iluminador y atractivo, esto último entre otras razones por la agilidad de su pluma y por la clara forma de abordar y divulgar temas que de por sí resultan a veces áridos e inextricables. La gran historia, incluida aquí esa que nos llega de la Madre Patria (porque, de algún modo, la historia de España también se hace nuestra) es el fundamento seminal que Montaner se encarga de perseguir, cual sabueso, para armar entonces su particular concepción, llena hasta la médula de irreverencia, de sentido autocrítico, de novísimas formas de entender el pasado. Allí se asientan en gran medida las bondades que el libro posee.

Creo haber comprendido algo más los gigantescos problemas latinoamericanos después de entromparme, sin prejuicios, con un trabajo como éste. Mucho de lo que padece hoy en día Venezuela (que no deja de ser común al resto de los países de la región) salta a la vista y es tratado con ahínco en las doscientas quince páginas que dan cuerpo al texto. Así, en relación con el militarismo, me permito mostrarles nada más que un botón como abreboca: “La cuestión de fondo radica en la inconformidad de una parte sustancial de los latinoamericanos con el Estado en el que se dan cita en calidad de ciudadanos. No creen en él”. Aparte, fíjese usted en esto otro: “¿...qué une, al margen de la fama, a Pelé y al Duque Hernández? Además de ser ambos grandes deportistas, son negros y eso tal vez haga pensar que en América Latina existe una envidiable armonía racial, mayor que la que se observa en Estados Unidos. Pero acaso estemos ante una apreciación engañosa. Se trata de un racismo distinto”. Y ya para finalizar las siempre odiosas citas, mójese los dedos, imagínese el océano de diatribas, reflexiones, dimes y diretes que una frase como la que sigue seguramente da a lugar en la muy prejuiciosa Latinoamérica, y que a dentelladas de razonamiento sostiene y defiende Montaner: “No hay en el universo latinoamericano demasiado aprecio por los empresarios triunfadores o los capitanes de industria. La lista de los cien hombres más ricos del país casi siempre coincide, al milímetro, con los cien más odiados: se les suele culpar de la extendida pobreza que padecen los latinoamericanos. Los millones que son indigentes y se alimentan mal supuestamente son las víctimas de estos inescrupulosos millonarios. Es lo que dice la izquierda, lo que se repite desde numerosos púlpitos religiosos, lo que se asegura en las universidades. Ése es el catecismo de todos los partidos populistas, y en América Latina casi todas las fuerzas políticas, incluidas las conservadoras, recurren a esa lengua y a esos esquemas de razonamiento”.

Se trata de una invitación al pensamiento, a la reflexión, a redescubrirnos a partir de una perspectiva que no ha sido la más transitada ni en Venezuela ni en América Latina. Lo que el profesor Montaner manifiesta a los cuatro vientos luego de su paso, armado con el bisturí y las tijeras de disección, por nuestra íntima historia, bien vale la pena considerar y reevaluar. Sin duda, ciertas claves para comprender cómo andamos esperan en el libro.

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