12/20/2012

Lentes


    Hay gente que usa lentes y desde que eso ocurre deja de ser lo que era. Tengo un conocido con muy mala vista, por lo que le recetaron anteojos multifocales que reducirían sus problemas al mínimo. Resulta que se transformó en otro.
    Transformarse en otro supuso enfocar mucho mejor de lejos y de cerca, pero lo más llamativo fue que también escudriñó nuevos horizontes: con sus lentes no sólo vio las cosas claramente sino que las vio incluso por dentro.
    En mi infancia soñaba con tener visión de superhéroe, es decir, mirar a través de las paredes, y en momentos lascivos de la adolescencia añoré poder echar un ojo más allá de los vestidos femeninos. Fui un frustrado, por supuesto, pero ahora que lo pienso mi amigo es capaz de lograr eso y otros beneficios adicionales. Qué suerte tienen unos.
    Conozco a un señor entrado en años cuya vida ha sido de lo más kafkiana. No despertó como Gregorio Samsa, convertido en bicho, pero al abrir los ojos una mañana y calarse sus anteojos, empezó a notar que no sólo podía leer periódicos, libros o manuales de instrucciones, sino leer los pensamientos de cualquiera, otro de mis anhelos infantiles. Cuando aquella chica me mando a freír papas, allá en la adolescencia, luego de lanzar excusas como besos para justificar el puntapié, ¿qué tal haberle escrutado las neuronas? ¿Decía ella la verdad? ¿Acaso mentía como bellaca?
    Como gracias a los años mi vista se ha venido a menos, en estos días fui al oftalmólogo, que resultó ser oftalmóloga. Conclusión: anteojos para ver de lejos, para ver de cerca y para distancias medias. Cuando pregunté qué más me miró con extrañeza. Iba a indagar si con ellos podría atravesar la bella falda azul que lucía en ese momento, si sería capaz de vencer la barrera de una blusa, de un brassiere, de un vestido largo o corto, iba a preguntar si con mis lentes el bikini mínimo adornado con encajes que quizás llevaba justo en ese instante terminaría rendido ente el asedio de mis cristales superpoderosos, pero nada, hice silencio, decidí guardarme las interrogantes, comprendí en el acto su completo desconcierto.
    Al escribir esto que tiene usted enfrente llevo mis anteojos puestos. En mi café predilecto, mientras rasguño el papel, de cuando en cuando hago esfuerzos por adivinar pensamientos, por darme cuenta de qué esconden las paredes, pero no señor, qué va. Soy un ser normal que ahora usa lentes y no se transformó en otro. Cuánto lo lamento. Cuánto.

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