José Miguel quiere un Blackberry. Cuesta ocho
mil bolívares más impuestos pero eso es
lo de menos porque a José Miguel le encantan los juegos que trae el aparatico y
prefiere además un teléfono con t mayúscula. José Miguel tiene seis años.
Colgada del árbol navideño está la carta.
Puedes leer el saludo, después la aclaratoria indispensable: “me he portado
bien durante todo el año”, y acto seguido el juguete que es el non plus ultra de un Niño Jesús acorde
con los días que corren. A veces me da por ponerme a recordar y se me viene a
la memoria otra época y otras navidades, cuando regalar era menos complejo y
cuando la palabra niño cabía en una pelota remendada o en un barco de papel. La
señora Sara, madre de José Miguel, cuenta que su hijo es de lo más moderno y
qué más da. En tiempos de computadoras no puedes pensar en carritos de madera.
Como soy un redomado cavernícola siento la
necesidad de coger a lo moderno por el cuello y ponerlo de patitas en la calle.
Lo moderno, cuando se trata de Blackberrys y mocosos de seis años, tiene un
fuerte olor a publicidad metida por los ojos y a padre o madre más pendientes
del Sony LH de 86’’ XGX Color Print Platinum Plus que de abrazar a sus hijos y
enseñarles algo más que decir aló aló, tío Pedro me compraron un teléfono, oye,
mira cómo sé marcar tu número, y otras putadas por el estilo. La verdad es que uno
se pone melancólico, será por las fechas, o la edad, o tantos niños jesuses
virtuales con cara de andróginos paletos que nada tienen que ver con aquél otro
que nació en Belén, según cuentan los enterados, y en las madrugadas del
veinticinco de diciembre se colaba como zorro hasta tu habitación para dejarte
un tren de hojalata, o una pelota con un bate, o un camión de plástico para que
jugaras a los policías y a los bomberos.
Este mes cumpliré cuarenta y tres tacos y el
otro día recordaba mis navidades y los regalos que solíamos pedir, otras
fierecillas como yo y yo mismo, y hay que ver, en nada se parecen a lo que se
va estilando en estos lares. No digo que sea malo (Dios me libre), o sea bueno.
Sólo es. Pero entre un Blackberry Special Pantalla Líquida Stereo Sound and
Dolby System con cubierta de cuero negro y toda la parafernalia, y aquellos
pequeños obsequios en los diciembres de mi infancia, escojo “Un cuento de
Navidad”, comiquita que año a año transmitía la tele al amanecer del
veinticinco lloviera, tronara o relampagueara, y que yo veía y veía echado en
el sofá roñoso de la sala aún con el rompecabezas en los brazos, regalo del
Niño Jesús hallado horas antes en medio de las sábanas.
José Miguel vive la época que le tocó y se
acabó, dice su madre. Yo digo que está de maravillas, y que más maravilloso se
pondría el patio si al Black se le añadiera parte de lo que hemos sido, de lo
que arrastramos en el alma como gente que heredó una cultura, es decir, algo de
la historia humana que supone celebrar la Navidad, con sus implicaciones,
causas y consecuencias, más allá del regalo consabido, de la hallaca por la
hallaca o el feliz año por el feliz año. Tengo la seguridad de que los niños
vislumbran mucho mejor que los adultos eso que tintinea en el espíritu que nos
une, en el cuento común, en el lazo que termina por agruparnos y acercarnos, y puede hacerlos mejores que nosotros, más
sensibles que nosotros, más cultos, más inteligentes, solidarios, conscientes,
pensantes o felices que nosotros. La Navidad da para eso y para más, no cabe
duda. Es que yo soy un premoderno. A mucha honra.
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