El otro día soñé que tomaba una aspirina y
entonces ella limpiaba mi memoria. Desperté emocionado, fui a la cocina por un
vaso de agua y la pastilla.
Al amanecer ocurrió algo extraordinario.
Salí como de costumbre a trabajar y cuando me vi frente a la puerta, introduje
la llave y empujé, caí de bruces en el campo de béisbol que solía frecuentar con
otros amiguetes para armar juegos, correrías y broncas hasta que casi
anocheciera. Olvidé, claro, que estaba en la oficina: recordé una tarde hacía
ya treinta y tres años.
Continué con la aspirina en las mañanas.
Entonces borré de un plumazo los rostros de mis acreedores. Cuando alguno
andaba junto a mí sus perfiles, contornos y relieves eran los de una novia de
la adolescencia o los de ciertos familiares llenos de buenas intenciones. Sumo
y sigo: cada vez que cojo el carro para llevar a los niños al colegio termino
por mandar al diablo esto que soy. De inmediato me transformo en amiguito de
seis años con morral sobre la espalda y
deberes que entregar a la maestra. Jamás imaginé que una simple dosis de
la Bayer suplantara a un Alzheimer selectivo, lo cual es una bendición tomando
en cuenta el país que tenemos y la ciudad en la que deambulamos.
La otra vez, sin ir muy lejos, abrí los
ojos en plena madrugada y observé perplejo que la mujer con quien dormía no era
la misma que compartía siempre mi cama. Guardé silencio, me fui a la sala, que
tampoco era la mía, hasta que opté por calmarme, encender un cigarrillo, girar
la manilla de la puerta y lanzarme en volandas a la calle. Sin reconocer esa
ciudad vagué por horas. Olvidaba el pueblo al que pertenecía y en su lugar me daba
cuenta de que atravesaba callejuelas vistas en una película de los setenta.
Hay que ver. La memoria juega a veces al
gato y al ratón y lo más perdurable, placentero, digno de completa permanencia
yace dentro de nosotros como ser vivo agazapado en algún túnel de lo que vamos
siendo. Por supuesto, lo más perdurable y placentero suele andarse abrazado con
lo otro, eso que corre bajo el césped, aquello que más de una vez metemos
debajo de la alfombra.
Limpiar la memoria era recordar de otras
maneras, es decir, asomarse al pasado vía una especie de jeringa que sólo
inyecta lo prescrito, y lo prescrito es justo eso que te hace suspirar al echar
la vista atrás. Pero ya no he regresado, lo confieso, de semejante modo a otros
tiempos y lugares.
Soñé que tomaba dos cucharadas de jarabe
para la tos y el mundo volvía a ocupar su sitio, la aspirina y sus efectos
quedaban en el baúl sin fondo de cuanto vamos anulando. Amaneció, corrí a la
cesta de medicamentos para comprobarlo, bebí ambas cucharadas de pe a pa. La vida
continuó como si nada pero un día de éstos, no faltaba más, vuelvo por las
aspirinas.
2 comentarios:
No puedo menos que reírme de la situación. ¿Seguro eran aspirinas? Jaja! Me vino a la mente aquella película con De Niro y Robin Williams, Despertares. Quizás esto haya sido Dormires.
Quizás Antonlín, quizás.
Gracias por recalar en estos puertos. Un abrazo fuerte.
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