Mi amigo Francisco Arévalo ha tenido la
ocurrencia de invitarme como panelista a un foro sobre la “viabilidad de la
poesía en el siglo XXI”. Conozco a Francisco desde hace una punta de años y sé
que es un poeta de raza: nada hay más valioso para él que su oficio, su vida se
mueve en función de la literatura y por tales razones y otras muchas lo respeto
hasta los huesos, de modo que prácticamente me ha agarrado por las pelotas.
Imposible negarme a debatir el asunto.
Tengo para mí que la poesía no es cuestión de
viabilidades. Es un hacer, una práctica, un modo de trasegar el mundo y
entendernos con él que no acepta un ápice su negación. Si la poesía desaparece
lo humano finaliza justo donde comenzó la terrible, escandalosa y quizás feliz
historia de lo que vamos siendo: en el homínido chillón, allá en las cavernas,
que termina por alzarse y desde sus andanzas obsequia un puntapié al mero hecho
de copular o tragar, hasta inventar música, escribir literatura, esculpir un
David o llegar a las estrellas.
No sé definir la poesía. Confieso además
que me importa un rábano el asunto. Dijo San Agustín, a propósito del tiempo, que “si nadie me lo pregunta, lo sé.
Pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”, y estoy
convencido de que semejante apreciación viene como anillo al dedo para lo
poético. ¿Es viable la poesía para este siglo XXI que, en pañales aún, muestra
ya lo disparatado que parece su futuro? Afirmo que no me cabe duda. O existe
ese misterio y se cultiva, y se alimenta y se cuida, o sea, mantenemos en
nosotros el temblor ante un soneto de Quevedo, el asombro ante lo que nos
conmueve, ante una película de Bergman, por ejemplo, o simplemente al diablo, que se joda
todo esto. No creo exagerar, de modo que lo vuelvo a repetir, muy poco a poco
para que me entiendan: o sentimos más, o la poesía nos taladra hasta los
tuétanos, aunque no tengamos puta idea de quién pueda ser esa señora, o nos
vamos todos al carajo, a las cuevas de donde salimos, a lanzar chillidos con
los monos.
Me da la impresión de que hay poetas de
poetas, así como hay tonos y matices en esa escala necesaria de cuanto hacemos
como humanos. Hay poesía que permanece y destroza la prueba de los años, y
existe otra que queda pataleando aquí y ahora. Hay quien dice “tienen los días
un rostro verde a fuerza de masticar andanzas” y ya, listo, pasa por taquilla a
reclamar certificado de poeta. En la poesía, digo yo, hay belleza y hay fealdad
(la belleza de lo bello y la belleza de lo feo), y hay cultura bebida a
borbotones, en los libros y en la calle, y hay trabajo de picapedrero, hasta
reventar, hasta sudar la gota gorda y más, con el idioma, con los días, con las
ideas, y hay talento, inteligencia, sensibilidad, relojería, martillo, yunque y
cincel, y cojones, muchos cojones. La
poesía está llena hasta la coronilla de cojones, para mirarnos en ciertos
espejos y quebrarlos en nuestras cabezas, para transgredir, para levantar la
voz en cualquier sitio, para develar el universo, señalarlo con el dedo,
aplastarlo o salvarlo, celebrarlo o mandarlo de una vez al basurero.
¿Será viable la poesía en el siglo XXI? Yo
insisto en que lo es desde que caminamos erguidos, desde que andamos en dos
pies, desde que descubrimos la sintaxis de un lenguaje que permite dar con el
mundo en que nos incrustamos sólo para hacerlo nuestro. No es verdad que la
ciencia, no es verdad que la tecnología, nos salvarán de la tragedia, de caer
como moscas por las enfermedades, por la estupidez que nos adorna el gentilicio
o por los peligros que un manojo de neuronas, suponemos, sea capaz de conjurar. Seguiremos aquí y
continuaremos el quehacer humano gracias a la poesía, al arte, es decir, debido
al relámpago que nos alumbra al punto de sacarnos lágrimas frente a un cuadro
de Velázquez o ante una injusticia cerca o lejos de nuestras narices.
Seguiremos siendo humanos, en el siglo veintiuno o en el noventa y dos, porque
la sensibilidad halló nido en nosotros.
Hay mucho que pensar, bastante que
decirnos. Hablar de poesía es hablar de humanidad, asunto que, imagino, va a servir
de lo lindo al conversar el tema con los asistentes. Mi querido Francisco
Arévalo ha tenido una magnífica idea: ponernos a hablar de poesía, que es como
invitarnos a considerar lo que debería ser ineludible.
1 comentario:
Bien dicho.
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