Uno cree que ha visto mucho y se equivoca.
La verdad es que los días traen dinamita entre los brazos y si te descuidas
verás cómo explotan frente a tus narices.
Hay gente normalita que se despierta en las
mañanas, se calza el ánimo con buenas intenciones y sale a la calle a despachar
las horas que tiene por delante. Bien. Persiguen un ideal, construyen su
futuro, esperan los frutos de una siembra que iniciaron desde mucho antes. Y
hay quienes trajinan los lunes, los martes o los jueves con la misma
expectativa pero con ciertos cables enredados, con algunos desajustes a
propósito de lo que uno se acostumbró a encontrar en líneas generales.
A ver si me explico: tengo un amigo de lo
más simpático, el alma de las fiestas, un compadrito inigualable si la cosa es
salir de tragos y de farra, pero el pobre carga encima una condición poco
envidiable: las buenas noticias le caen de la patada, son un coñazo en la
nariz. Mi amigo es un cristiano como pocos, jamás arrojaría la bilis por esas
cosas buenas que le sucede a la gente, por esos felices acontecimientos mil
veces perseguidos, soñados, esperados por tantos en cada momento de sus vidas.
No. Mi amigo es decente y lo aparenta. Yo doy fe de que es así.
Pero si llegas con el cuento de que se ganó
la lotería, cierra los ojos blasfemando y te manda al carajo antes de que
espabiles. Si obtiene un aumento en el trabajo sufre taquicardias, lo rechaza
de inmediato y escribe al jefe haciéndole saber que aumentos como ése son lo
último que espera. La otra vez lo propusieron para un ascenso porque es un empleado
excelente por donde lo mires. Los perpetradores del asunto ya no se cuentan
entre sus amigos. Hay gente rara, la verdad, por eso a mi amigo sólo le doy
malas noticias. Me pidió el otro día que lo acompañara al médico debido a unas
dolencias estomacales (cuando su mujer le dijo que seguramente era una simple indigestión,
armó una bronca de mil diablos) y se puso muy feliz al leer en el informe que
era imperativo meterle el bisturí. Qué
coño.
Lo cierto es que sonríe al escuchar que no,
que no llegará a tiempo para entregar los documentos porque el tránsito está
más que insufrible, y siente una especie de serenidad, de éxtasis místico ante
el extravío de su cartera, cosa que descubre al momento de tocarse los
bolsillos cuando intenta pagar la leche en el supermercado. En fin, la amistad
es algo que valoro desde niño y no estoy dispuesto a acabarla por la estupidez
de levantar el teléfono para desearle feliz cumpleaños cada ocho de diciembre.
No y no.
Existen quienes caen de bruces mañana,
tarde y noche cazando golpes de suerte, esperando lo mejor de lo mejor,
imaginando la noticia de sus vidas y nada, se contentan al final con las dosis de
hechos cotidianos que van de malos, regulares a buenos, lo cual me luce
fantástico pero en el fondo envidio al bueno de mi amigo, capaz de hallar
felicidad en la orilla opuesta de este lago, en la cara oculta de la Luna y
demás lugarejos por el estilo.
Es que hay gente rara, claro, pero no menos
dada a escarbar por alegría donde se encuentre. De no toparse con un aguafiestas
cargado de magníficas noticias, mi amigo vive sonriendo, diría yo que inmerso
en el nirvana a su manera, que al fin y al cabo es el mejor modo (quizás el
único) de sentirla, de acariciar su lomo de felino arisco tan insuficiente casi
siempre.
Ayer lo telefoneé para desearle
lo peor por la lumbalgia que padece, acrecentada como nunca la última semana
según me ha contado su mujer. Me dio las gracias, se quejó muy contento de esos
dolores musculares recurrentes y saltó de gozo al escucharme confirmar que su
dolencia le sienta cada día mejor. Hay gente rara, estoy de acuerdo, ¿pero
quién podría sentirse a salvo?
2 comentarios:
Entonces a ese guaro le va a caer de perlas la más tétrica de las noticias, algo así como "te queda un mes de vida" ¿Será tan raro así, como pa' eso?
A lo mejor, Antolín, a lo mejor. Un abrazo fuerte.
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