5/09/2013

Gente rara


    Uno cree que ha visto mucho y se equivoca. La verdad es que los días traen dinamita entre los brazos y si te descuidas verás cómo explotan frente a tus narices.
    Hay gente normalita que se despierta en las mañanas, se calza el ánimo con buenas intenciones y sale a la calle a despachar las horas que tiene por delante. Bien. Persiguen un ideal, construyen su futuro, esperan los frutos de una siembra que iniciaron desde mucho antes. Y hay quienes trajinan los lunes, los martes o los jueves con la misma expectativa pero con ciertos cables enredados, con algunos desajustes a propósito de lo que uno se acostumbró a encontrar en líneas generales.
    A ver si me explico: tengo un amigo de lo más simpático, el alma de las fiestas, un compadrito inigualable si la cosa es salir de tragos y de farra, pero el pobre carga encima una condición poco envidiable: las buenas noticias le caen de la patada, son un coñazo en la nariz. Mi amigo es un cristiano como pocos, jamás arrojaría la bilis por esas cosas buenas que le sucede a la gente, por esos felices acontecimientos mil veces perseguidos, soñados, esperados por tantos en cada momento de sus vidas. No. Mi amigo es decente y lo aparenta. Yo doy fe de que es así.
    Pero si llegas con el cuento de que se ganó la lotería, cierra los ojos blasfemando y te manda al carajo antes de que espabiles. Si obtiene un aumento en el trabajo sufre taquicardias, lo rechaza de inmediato y escribe al jefe haciéndole saber que aumentos como ése son lo último que espera. La otra vez lo propusieron para un ascenso porque es un empleado excelente por donde lo mires. Los perpetradores del asunto ya no se cuentan entre sus amigos. Hay gente rara, la verdad, por eso a mi amigo sólo le doy malas noticias. Me pidió el otro día que lo acompañara al médico debido a unas dolencias estomacales (cuando su mujer le dijo que seguramente era una simple indigestión, armó una bronca de mil diablos) y se puso muy feliz al leer en el informe que era imperativo meterle el bisturí.  Qué coño.
    Lo cierto es que sonríe al escuchar que no, que no llegará a tiempo para entregar los documentos porque el tránsito está más que insufrible, y siente una especie de serenidad, de éxtasis místico ante el extravío de su cartera, cosa que descubre al momento de tocarse los bolsillos cuando intenta pagar la leche en el supermercado. En fin, la amistad es algo que valoro desde niño y no estoy dispuesto a acabarla por la estupidez de levantar el teléfono para desearle feliz cumpleaños cada ocho de diciembre. No y no.
    Existen quienes caen de bruces mañana, tarde y noche cazando golpes de suerte, esperando lo mejor de lo mejor, imaginando la noticia de sus vidas y nada, se contentan al final con las dosis de hechos cotidianos que van de malos, regulares a buenos, lo cual me luce fantástico pero en el fondo envidio al bueno de mi amigo, capaz de hallar felicidad en la orilla opuesta de este lago, en la cara oculta de la Luna y demás lugarejos por el estilo.
    Es que hay gente rara, claro, pero no menos dada a escarbar por alegría donde se encuentre. De no toparse con un aguafiestas cargado de magníficas noticias, mi amigo vive sonriendo, diría yo que inmerso en el nirvana a su manera, que al fin y al cabo es el mejor modo (quizás el único) de sentirla, de acariciar su lomo de felino arisco tan insuficiente casi siempre.
    Ayer lo telefoneé para desearle lo peor por la lumbalgia que padece, acrecentada como nunca la última semana según me ha contado su mujer. Me dio las gracias, se quejó muy contento de esos dolores musculares recurrentes y saltó de gozo al escucharme confirmar que su dolencia le sienta cada día mejor. Hay gente rara, estoy de acuerdo, ¿pero quién podría sentirse a salvo?

2 comentarios:

Antolín Martínez dijo...

Entonces a ese guaro le va a caer de perlas la más tétrica de las noticias, algo así como "te queda un mes de vida" ¿Será tan raro así, como pa' eso?

roger vilain dijo...

A lo mejor, Antolín, a lo mejor. Un abrazo fuerte.