Hay gente rara. El señor X pasa el día
dispuesto a soñar, con lo que las horas de vigilia se convierten en un limbo
bastante incómodo para su gusto. Antes de meterse a la cama el señor X se pone
su mejor camisa, escoge un pantalón muy fino, le saca brillo a sus zapatos y
anuda a la perfección una corbata azul con John Lennon estampado dándole un
chance a la paz.
Al amanecer X despierta de la vida misma.
Mientras duerme, vive, y mientras pulula por las calles o pone al día sus
quehaceres en la oficina parece sufrir la pesadilla total, la angustia onírica
transformada en día a día. El verdadero sueño se despliega en las mañanas luego
del dentífrico y la huida al trabajo, pero cuando está dormido, en la vida de
las noches, con los grillos afuera y Orión brillando a toda marcha, se entrega
a la experiencia más enriquecedora que
ha descubierto después de surfear en los cayos de Florida y arrojarse en
parapente desde las montañas merideñas. El señor X apaga la luz y penetra en
ese espacio, vedado para la mayoría, en que vive de verdad verdad, en que
deambula a sus anchas convirtiendo en realidad, vaya paradoja, cuanto ha soñado
mientras hace la cola del banco o lleva a sus hijos al colegio.
La otra vez lo hallé en el centro comercial
y me pidió ayuda para trasladar algunas bolsas hasta el carro. Era un traje de
buzo, con careta y reloj water resist
incluidos. Su esposa comentó feliz que lucía de lo mejor con ese atuendo, que
sin dudas iba a resultar incómodo entrar a la cama sin desprenderse de las
chapaletas, que los tanques de oxígeno pesaban más de la cuenta pero en fin,
bucear, nadar junto a mantarrayas y ciertos peces de un rojo o un amarillo
jamás vistos bien valía hasta el más alto sacrificio.
La verdad es que X halló el modo de filtrar
el arcoiris al gris mortecino de su medianía. En una ocasión llegó a contarme que
alguna vez, cuando la adrenalina le bañaba el pecho mientras colgaba de unas
cuerdas a cinco mil metros en el Aconcagua, soñó con planillas, escritorios,
voces que iban y venían, soñó con un jefe y unos horarios que eran para
morirse, soñó que regresaba a casa cargado con carpetas, balances, documentos
por firmar, soñó con una novia que era su novia y tres perros que eran los
suyos y unas deudas y un amigo que era yo.
El señor X sueña en plena vigilia, a ese
punto llega su costumbre a estas alturas, y sólo en las noches, luego de cenar,
escuchar el noticiero y apagar la lamparita empieza su verídica historia, la
vida real que para el común de los mortales supone roncar a pierna suelta hasta
el chirrido del despertador.
Yo he aprendido a entender lo que le
ocurre. A veces lo envidio como a nadie: me invaden unas ganas enormes de
atarme un paracaídas en la espalda o comprarme un vestido de pirata, irme
entonces a la cama y vivir el vértigo a tope hasta el amanecer. Y al despertar
soñar que imparto seminarios, que trabajo en una universidad, que debo culminar
por fin el artículo especializado antes de que acabe el mes y demás
experiencias oníricas por el estilo. Qué va, aún no me decido.
Ayer lo vi en el supermercado. Llevaba
encima un pijama verde y pantuflas de cuero negras. Soñaba, entre verduras y desinfectantes,
que se daba de bruces conmigo y charlábamos de lo lindo.
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