La situación política venezolana es un
torbellino que comenzó a formarse cuando Hugo Chávez abrió su particular caja
de Pandora. Los rayos y truenos del presente tuvieron un período de incubación
muy largo, cosa que no debe extrañar a los observadores: la violencia del
gobierno, tanto física como hecha lenguaje, es decir, su praxis guerrera a
punta de golpes e insultos, de soberbia y de plomo, abrazada con la simbología
bélica metida desde siempre y de cabeza en el perfomance oficialista, derivó en esto que vivimos hoy. Quince años
de garrote y zanahoria, de odio al por mayor, de listas de Tascón, no son
poquita cosa.
Entonces Maduro pide diálogo. Cabello pide
diálogo. Los angelitos colorados de la Asamblea Nacional piden diálogo. ¿Y
saben ustedes algo?, no faltaba más. Charlar
-llegar a acuerdos, construir consensos- es el mecanismo universalmente reconocido
para evitar que la sangre llegue al río. Es lo sensato y lo civilizado y por
semejante argumento es que este gobierno monologante, charlatán, gritón, bueno
para aplastar cuando se sabe fuerte y experto en poner cara de animalito cuchi
si advierte que le han plantado una mano en la pechera, propone encuentros de
utilería, diálogos de cartón sólo para patearle los cojones a todos una vez que
se sienta otra vez oxigenado.
¿Hay que dialogar? Frente a un gobierno
ciego y sordo, capaz de violar como le ha dado la gana los Derechos Humanos de
la gente, capaz de llamar por tuits o por cadena nacional de radio y televisión
a ejecutar ataques “fulminantes” contra
quienes protestan; frente a un gobierno que comete atrocidades con los
detenidos, que reprime y mata, que tortura, veja, humilla, que tiene a estas
alturas tantas cuentas pendientes con la justicia, repito, ¿hay que dialogar?
Absolutamente. Es preciso, urgente, de vida
o muerte hacerlo. Ahí está Mandela como ejemplo que no se debe olvidar nunca.
El político más respetado de todo el siglo XX lo fue entre otras razones porque
conversó, y ganó. Ahora bien, el poder en Venezuela hará una pantomima si con
inocencia imperdonable se termina cayendo en
el embauque, en las trampas, en el juego que propone, dándosele
oportunidad de cobrar segundos aires en su empeño de control total. Para
sentarse a la mesa es preciso que el señor Maduro dé señales inequívocas de que
el llamado a intercambiar ideas, a decirse las verdades y, en fin, a ejercer la
palabra que tanta falta hace, es sincero, es real, y no el teatro del absurdo
que lo caracteriza. Cuando alguien se ha esforzado tanto para que nadie confíe
en él, hay que ser un cínico para luego decir: mira tú, bébete este cafecito,
vamos a platicar. Esto ni es bolero ni es rocola, aquí nadie dará puto medio
por un llamado a diálogo frente a las luces y las cámaras, mientras por el
traspatio se persigue, se dispara, se encarcela y se pasan por el forro los
derechos de la gente.
Caímos en un punto muerto. Los estudiantes
no retroceden en sus demandas y Nicolás Maduro opta por más represión, más
brutalidad, más imposición. Pésima forma
de continuar llamando al diálogo y peor manera de evidenciar su farsa.
2 comentarios:
No solo no parece haber intenciones de dialogar por parte del régimen, que se parece al lobo feroz tratando de engatusar a Caperucita. Todo parece indicar que abogan por una guerra civil, o quizás por un pogromo; y eso es para no quedar por genocidas.
De esta gente puedes esperar cualquier cosa Antolín.
Saludos y un abrazo.
Publicar un comentario