4/04/2014

La dictadura venezolana

    El gobierno de este país escupe a los demás justo el virus que lo carcome: fascismo mondo y lirondo. Si usted le pregunta a Maduro, a Darío Vivas, a cualquier guapetón con poder tipo Cabello, Ramírez o Ameliach qué demonios entiende por semejante asunto, cerrarán el puño, pondrán los ojos en blanco y se escuchará el disco rayado: fascismo es la oposición, la Iglesia, Voluntad Popular y quienes se abrazan con el imperio, el diablo y los extraterrestres. La bolsería, quién puede negarlo a estas alturas, hace mella hasta en el último hueso.
    Cuando Chávez gobernó tuvo a su favor el genio demagogo que lo poseía así como un caudal de dólares que populista alguno jamás soñó antes. Las cosas fluyeron mejor al son de la chequera y los bailes de tarima. Misiones de cartón, petróleo para regalar a manos llenas, corrupción día, tarde y noche. Desaparecido el Comandante Infinito, Nicolás Maduro aterrizó de cabeza en el piedrero. Sin dotes histriónicos para facilitar megaembauques, sin méritos ni credenciales de caudillo tercermundista, el asunto de gobernar se le transformó en un quebradero de cabeza. Heredó el desastre de Hugo Chávez y muy pronto, a la velocidad del relámpago, terminó de hacer añicos la cristalería. La inflación es la más alta del mundo, la inseguridad en las calles una réplica de país en guerra y la escasez un problema cuya salida sólo pasa por enviar al basurero cuanta ideología barata anida en las neuronas del Ejecutivo,  trocándola sin complejos en empeño por tejer un sector privado que haga su trabajo: crear riqueza, producir, generar empleo, es decir, ponerle los patines a la economía. Estaba cantado el escenario del presente. Ni Chávez primero, ni Maduro después, han calzado los números para meterse en los zapatos de un estadista.
    Cuando medio país se hartó del Socialismo del Siglo XXI, parapeto típico de republiquetas bananeras absolutamente refractario al progreso, a la modernidad, a los tiempos que corren, y se dio cuenta de que no existen instituciones adonde ir ni instancias que procuren la defensa de la ciudadanía que se atreve a disentir, salió a protestar a las calles. Y salió en paz. Ese fue el detonante de la represión más salvaje. Terrorismo de Estado  contra quienes piensan distinto y elevan su voz haciendo que se entere cuanto señorón jura que el mismo Dios le da unas palmaditas en la espalda para luego convidarlo a unas cervezas. Lo insólito, más allá de la inaceptable brutalidad de las fuerzas represivas, ha sido el contubernio entre civiles armados que apoyan al gobierno atacando y llenado de terror buena parte de la geografía urbana del país y ciertos efectivos de la Guardia Nacional. Testimonios documentados a diario, fotografías, videos y testigos de excepción dan cuenta de una realidad que se tradujo en flagrante violación de los DD.HH.  a través de juicios sumarios a alcaldes, torturas a manifestantes, censura en los medios y un llamado a diálogo cuyo correlato es mayor represión, insultos y amenazas.
    Está claro que la actitud del gobierno  consiste en arrojar más combustible a las llamas. ¿A quién beneficia semejante conducta? ¿Por qué instalarse con terquedad en el locus insostenible de la división y el incremento ciego de la violencia? ¿Qué posibilidad existe de continuar gobernando con todos los poderes en un puño, bajo la lógica de un dogma cuyo sumo sacerdote, un aspirante a caudillo iluminado, ha hecho aguas desde hace mucho tiempo?
    A lo mejor Maduro jamás imaginó el nudo de fuerzas encontradas y disparates que recibiría de su mentor. La condición de hombre de Estado supone cualidades que se crean mediante años de experiencia, de preparación, de lecturas (leer libros, leer la vida) y un largo etcétera con el fin de hacerle frente a los problemas que el arte de gobernar sin dudas va a encontrarse en el camino. Ni él ni su antecesor caben, repito, en la talla grande que exige pensar un país, en lidiar con sus circunstancias reales o imaginarias para finalmente intentar dejarlo mejor de lo que lo encontraron. Tal es, en verdad, el objetivo fundamental de todo gobernante que se precie de serlo. Chávez y Maduro, qué duda cabe, hicieron méritos suficientes para ganarse con honores un sitial en la molienda de la historia.

2 comentarios:

Antolín Martínez dijo...

Sin duda debe ser el peor gobierno de la historia del país, tanto precolombina como postcolombina. El daño ya lo había sembrado el comandante infinito, etéreo, divino, sublime, universal y eterno. Qué gran bolsería el personalismo a un aprendiz de Hitler.
Pero, la mitad de la población, por decir lo menos, está en contra de este régimen oprobioso y no está dispuesta a obedecerle ni a respetarle. Es decir, ya no tiene poder, porque el poder es obediencia. Al perder el poder, tal como señaló Hannah Arendt, solo le queda la violencia para obligar a la obediencia. Todos sabemos que esa obediencia esclava no es duradera. No creo que tengan inteligencia ni dignidad ni honestidad para hacer lo que correspondería hacer: entregar el testigo a otros.

roger vilain dijo...

Así es Antolín. Saludos.