Hay una relación clara entre un
martillo y un clavo. Uno despanzurra al otro, lo deja patitieso y bueno, que el
diablo después pague la cuenta. Se ve ahí cierta yuxtaposición de acciones que
para qué te cuento. Imagen 1: Dedos, clavo entre los dedos, pared. Imagen 2:
Martillo en mano, primer golpe, segundo golpe, tercer golpe… aplastamiento del
pulgar.
Tengo un conocido que se jacta de sus olvidos.
Hay tipos que viven con la idea enfermiza de recordarlo todo, de pretender
guardar memoria hasta del día en que su mujer les dio con los tacones. Somos lo
que recordamos y es por eso que ante
semejante imperativo uno da un ojo por patear la amnesia, y luego
existe. Qué Descartes y la madre que lo parió, con toda la parafernalia.
Mi amigo se desvive por alcanzar no recordar. Si usted resuelve
crucigramas, toma pastillas de fitina, ejercita las neuronas en el arte de
abrazarse a la memoria como anillo al dedo, como guante a la mano, como
sombrero al perímetro craneal, Julián José Tomedes Díaz, Pepe para los que
entraron en confianza, prefiere una laguna mental, un vacío entre ceja y ceja pues
la gloria del olvido exige mucho más que su contrario, la puta evocación, asunto
según él echado a un lado por media humanidad tras la inútil pretensión de
intentar andar forrados de reminiscencias.
Pensándolo bien, yo suscribo de pe a pa su
teoría. ¿Se imagina usted? En vez de echarse en el chinchorro y recordar,
tendría uno que ponerse a fabricar memorias. Nada más cercano a la idea febril
de inventarse la vida a la medida. Al fin y al cabo, Calderón no andaba tan
equivocado: la vida es sueño y digo yo que en medio de tan triste marejada cogeríamos por el pescuezo a cuanto nos
traspasa de frontal a occipital. Coño, es que me froto las manos mientras me
relamo.
Julián José Tomedes Díaz juega al gato y al
ratón sirviéndose el café o al comprar el pan en la tienda de la esquina, sólo
que ahora el roedor es quien persigue. Si uno se llena de paciencia y agarra el
martillo y el cincel y comienza a modelar esto o aquello, remembranzas que per secula quisiéramos tener, llegará el
día en que la felicidad nos aplaste como a cucarachas. Entonces no habrá
excusa, usted vivirá chapoteando en endorfinas. El arte de vivir será el arte
de olvidar, todo yuxtapuesto a la evocación prefabricada.
Por lo pronto el buen Pepe elabora
alusiones, construye los anales que le dicta su talante, al punto de que cuando
entra al baño para rasurarse el espejo le devuelve esa imagen que es boceto ya
planificado. El tipo va avanzando. ¿Que pasar los días así equivale a mentirse a
uno mismo, como aquél que engulle éxtasis hasta dormido? Quién quita, a lo
mejor, pero de cualquier modo las máscaras florecen viva usted en Nueva York o
en la Isla de
Crusoe. Elija pues.
Hay una relación clara entre un martillo y
un clavo. Y hay otra no menos evidente entre lo que hemos sido y somos, de modo
que olvidando se interrumpe por lo sano la más enferma de nuestras
yuxtaposiciones. Uno fragua lo que fue, desde el ahora, y el presente entra en
los bolsillos como lo soñábamos hace cuarenta años. Pero hay que espantar
recuerdos, eso sí. Julián José Tomedes Díaz, Pepe para los amigos, es un genio
entre los genios y como a tal lo llaman loco. Cuánta razón lleva entre manos.
2 comentarios:
Leyendo esto me vino a la memoria una canción cuyo título era (es) "Se me olvidó que te olvidé", y seguía diciendo: "... a mí que nada se me olvida".
Pues mi texto sobre el olvido te hizo recordar. Ja, menudo logro.
¡Un abrazo, Antolín, y gracias por leer!
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