5/22/2014

El día en que clavando un clavo me di cuenta de que el mundo es mucho más que ésto

Hay una relación clara entre un martillo y un clavo. Uno despanzurra al otro, lo deja patitieso y bueno, que el diablo después pague la cuenta. Se ve ahí cierta yuxtaposición de acciones que para qué te cuento. Imagen 1: Dedos, clavo entre los dedos, pared. Imagen 2: Martillo en mano, primer golpe, segundo golpe, tercer golpe… aplastamiento del pulgar.
    Tengo un conocido que se jacta de sus olvidos. Hay tipos que viven con la idea enfermiza de recordarlo todo, de pretender guardar memoria hasta del día en que su mujer les dio con los tacones. Somos lo que recordamos y es por eso que ante  semejante imperativo uno da un ojo por patear la amnesia, y luego existe. Qué Descartes y la madre que lo parió, con toda la parafernalia.
   Mi amigo se desvive por alcanzar no recordar. Si usted resuelve crucigramas, toma pastillas de fitina, ejercita las neuronas en el arte de abrazarse a la memoria como anillo al dedo, como guante a la mano, como sombrero al perímetro craneal, Julián José Tomedes Díaz, Pepe para los que entraron en confianza, prefiere una laguna mental, un vacío entre ceja y ceja pues la gloria del olvido exige mucho más que su contrario, la puta evocación, asunto según él echado a un lado por media humanidad tras la inútil pretensión de intentar andar forrados de reminiscencias.
    Pensándolo bien, yo suscribo de pe a pa su teoría. ¿Se imagina usted? En vez de echarse en el chinchorro y recordar, tendría uno que ponerse a fabricar memorias. Nada más cercano a la idea febril de inventarse la vida a la medida. Al fin y al cabo, Calderón no andaba tan equivocado: la vida es sueño y digo yo que en medio de tan triste marejada  cogeríamos por el pescuezo a cuanto nos traspasa de frontal a occipital. Coño, es que me froto las manos mientras me relamo.
    Julián José Tomedes Díaz juega al gato y al ratón sirviéndose el café o al comprar el pan en la tienda de la esquina, sólo que ahora el roedor es quien persigue. Si uno se llena de paciencia y agarra el martillo y el cincel y comienza a modelar esto o aquello, remembranzas que per secula quisiéramos tener, llegará el día en que la felicidad nos aplaste como a cucarachas. Entonces no habrá excusa, usted vivirá chapoteando en endorfinas. El arte de vivir será el arte de olvidar, todo yuxtapuesto a la evocación prefabricada.
    Por lo pronto el buen Pepe elabora alusiones, construye los anales que le dicta su talante, al punto de que cuando entra al baño para rasurarse el espejo le devuelve esa imagen que es boceto ya planificado. El tipo va avanzando. ¿Que pasar los días así equivale a mentirse a uno mismo, como aquél que engulle éxtasis hasta dormido? Quién quita, a lo mejor, pero de cualquier modo las máscaras florecen viva usted en Nueva York o en la Isla de Crusoe. Elija pues.
    Hay una relación clara entre un martillo y un clavo. Y hay otra no menos evidente entre lo que hemos sido y somos, de modo que olvidando se interrumpe por lo sano la más enferma de nuestras yuxtaposiciones. Uno fragua lo que fue, desde el ahora, y el presente entra en los bolsillos como lo soñábamos hace cuarenta años. Pero hay que espantar recuerdos, eso sí. Julián José Tomedes Díaz, Pepe para los amigos, es un genio entre los genios y como a tal lo llaman loco. Cuánta razón lleva entre manos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Leyendo esto me vino a la memoria una canción cuyo título era (es) "Se me olvidó que te olvidé", y seguía diciendo: "... a mí que nada se me olvida".

roger vilain dijo...

Pues mi texto sobre el olvido te hizo recordar. Ja, menudo logro.
¡Un abrazo, Antolín, y gracias por leer!