1/19/2015

Paradoja

    Siempre me he preguntado qué hace la gente en su automóvil mientras espera que el semáforo pase por fin al verde. Existen momentos que son limbos, existen zonas neblinosas y casi impenetrables aunque afuera estalle la luz, y ese paréntesis que es un semáforo en rojo sin duda anda cargado de relojes sin tiempo, de tierra de nadie donde vaya uno a saber cuánta existencia cabe por milímetro cuadrado.
    Hay quienes se hurgan los oídos, hay quienes se sacan los mocos en afanes lúdicos qué sólo pierden fuerza en función del número de bolitas pegajosas amasadas entre el medio y el pulgar. Hay también quienes cambian de vida mientras dura la estancia en el carro, asunto sorprendente que deja las huellas más profundas porque ha sido un tránsito demasiado intenso para tan poquísimos segundos. Meter la eternidad en un minuto sin duda arroja consecuencias.
    Lo cierto es que un semáforo en rojo deja entrever muchas cosas. Una de ellas, como descubrí hace mil años, consiste en que semejante símbolo de la modernidad lleva en sus alforjas cierta verdad encubierta que desde la adolescencia, para mí, no dejó jamás de evidenciar misterio. Tal verdad, voy a decirlo de una vez, es que entre ese poste de luces y la vida obligatoriamente detenida cuando el rojo hace de las suyas media un calendario sin fechas, el Aleph borgiano, algún bostezo existencial que es agujero negro en medio de esa esquina en apariencia tan normal.
    Mientras aquella mujer se retoca los labios frente al retrovisor o mientras este caballero golpea con los dedos el volante y después enciende un cigarrillo para finalmente cambiar el dial de las noticias a la música, ocurren todos los puntos suspensivos de este mundo. Y los puntos suspensivos no son más que interrogantes clavadas sin misericordia en la carne de cualquier certeza. Un semáforo en rojo supone, quién lo hubiera imaginado, la cara oculta de tantas lunas particulares en el universo que dibujan las calles por las que a diario nos movemos.
    Es mentira que te escudriñas la nariz. Es un total engaño creer que hablas con tu suegra por el celular. No pienses que la cabina del Corolla en su realidad de pecera, en su silencio de aire acondicionado, en la tranquilizadora atmósfera de asiento mullido que te lleva a tu destino es esa línea que converge en el punto de fuga vislumbrado apenas con la inocencia chorreándote como baba por los labios.
    El semáforo en rojo te engulle y es monstruo del mar de los sargazos que ha sido tu vida en el minuto sin espacio ni almanaque que va del rojo al verde y viceversa. 

2 comentarios:

Pedro Suárez dijo...

Emociona este texto porque se hunde en esa larga misa que ocurre entre una luz y otra; ese Aleph colectivo que se manifiesta mas cuando no lo advertimos. Excelente

Antolín Martínez dijo...

Excelente prosa amigo Roger. Daría algo porque brotaran de mi cerebro (¿o es de las manos?) semejantes parágrafos llenos de armonía lingüística.
En cuanto a mí, voy pensando, oyendo el radio, o pendiente de cuando emerja el verde para tocar corneta porque aquí la gente se queda dormida cuando se pone verde.
Y sí, cambio de noticias a música.