1/09/2017

Estúpido y feliz

    Parece que la estupidez produce dependencia. Mientras más estúpido se es, mayor dosis de estupidez hace falta para sentirse a tono. Hay quien jura que se acaba siendo estúpido o no en función del número de conexiones neuronales que dispone haciendo de las suyas por milímetro cuadrado. Qué va. Conozco a gentes que son neuronas andantes, sinapsis personificadas, y para qué te cuento, sus niveles de estupidez rayan en lo alarmante.
    Yo mismo, sin ir muy lejos, soy vivo ejemplo de cuanto he dicho arriba: siempre di por sentado  -¡menudo signo de estupidización!- que disponía de alguna célula nerviosa extra chapoteando en su nicho encefálico con sus compinches, pero fíjate, el otro día casi me asfixio en el océano de naderías al que me lancé de bruces desde que me conozco. ¿Para qué voy a negarlo si no hay alternativa? ¿Por qué decir no, si sí? La verdad sea siempre dicha, duélale a quien le duela.
    Pero lo peor es cuanto afirmaba al comienzo, es decir, la adicción que parece instalarse prácticamente de por vida en quien se transforma en estúpido redomado. No sé tú, pero lo que soy yo jamás he visto un caso de restitución, siquiera a condiciones cuando menos dignas, de individuos mordidos por semejante peste. Eres estúpido y sanseacabó, lo vas a ser hasta el fin de tus días. Ahora bien, lo otro, la estupidización repentina o por etapas, sí que ocurre a diario en este mundo, que por algo te lo digo con la seguridad de quien tiene a Dios agarrado por las barbas. Pero como de adicciones es que hablamos, créeme que no hay estupefaciente más poderoso. Un estúpido por los cuatro costados hará lo inimaginable para incrementar su cota, para no abandonar nunca ese paraíso artificial que lo engulle de pe a pa. No basta la estupidez llana, existe tal gradación que, una vez entrados en ella, sólo conoces el ascenso sin techo ni parangón. Triste pero cierto, realidad monda y lironda que te aplasta a cada rato las narices.
    Todo adicto a la estupidez depende de esa estupidez en forma directamente proporcional al coeficiente de felicidad que lleve metido en las entrañas  -para lo que tratamos aquí, uno y otro término, o sea estupidez y felicidad, valga la redundancia, son sinónimos absolutos-, lo que demuestra una cuestión de Perogrullo: mientras más feliz más estúpido, y mientras más estúpido, pues más feliz.
    En fin,  y sirva otra vez mi humanidad como ejemplo, he llegado a esta edad siendo un hombre no menos que felicísimo, para decirlo con todas sus letras. Mientras, dejo ya de escribir estupideces, que en algún momento hay que parar, aparte de que se acaba la página. Que pases el mejor día.

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